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Personas mayores, gobiernos envejecidos.

Hace un tiempo atrás hablando con Betty Galer para mi próximo libro sobre la vida y el transcurrir del tiempo, a sus 86 años viviendo sola e independiente, me confesaba que como en su juventud se proclamaba feminista, ahora era “viejista”, y que si algo le llamaba la atención era el racismo que existía hacia los viejos. Debo admitir que estos últimos días leyendo sobre la intimidación y el cuestionamiento al estado de salud del juez Fayt, las palabras de Betty volvieron a resonar.

Que una persona a sus 90 y tantos se encuentre en uso de sus facultades y por ende en uso de su función es cada vez más frecuente. Es la consecuencia del aumento de la expectativa de vida de casi 25 años en los últimos 50 años en países como el nuestro. Casi 5 años por década, un aumento que no solo es cuantitativo sino cualitativo. Abunda evidencia o artículos periodísticos que hablan de “aumento de vida y no solo de años”. La Organización Mundial de la Salud en 2002, lo formalizó en el Marco Político del Envejecimiento Activo que sustenta en cuatro pilares fundamentales las acciones que desde los gobiernos deberían considerarse ante el cambio demográfico: salud, seguridad, aprendizaje continuo y participación social. El próximo 1 de octubre, Día Mundial de las Personas Mayores, la misma agencia de las Naciones Unidas presentará el reporte de mayor importancia en 2015: El Reporte Global sobre Envejecimiento y Salud. Los adultos mayores están en la agenda global.

Sabemos muy bien que la evidencia académica maneja indicadores y tiempos diferentes a la política. Pero el desatino no entiende ni de indicadores ni de tiempos. Solo refleja torpeza e ignorancia. Sin ir más lejos, nuestra Presidenta a sus 62 años forma parte del grupo de pacientes geriátricos para la medicina, o del grupo de los adultos mayores para las Naciones Unidas y no por eso deberían ser puestas en dudas sus facultades aunque los rápidos y livianos diagnósticos sobre su salud circulan con virulenta frecuencia. Conste que no comparto el hábito, a consecuencia de la medicalización y el alfabetismo en salud de la sociedad, de andar etiquetando personas a troche y moche.

Juan Sebreli hace un tiempo me decía que a los 80 y tantos podía escribir libros de una extensión que antes le resultaba imposible. Roberto Kaplan, genio y figura de la geriatría argentina habla de su vejez como una transformación, una permanente modificación del ángulo. Mario Bunge a sus 95 me confesó que estaba traduciendo al inglés y modificando su biografía y que aún tenía varios temas por delante sobre los que escribir; y Maria Fux con más de 92 años continua dando sus clases de danza en su estudio sobre la avenida Callao, en Buenos Aires. Podrían seguir los ejemplos.

Sin embargo, tratándose de la vorágine a la que nos tiene acostumbrados la agenda en Argentina, no debería pasar por alto que la cara visible de la embestida contra Fayt sea una diputada de 30 años (aunque le hayan indicado lo que tiene que hacer). En términos de psicología evolutiva, una persona de su edad, apenas está llegado a la adultez media, definida entre otras cuestiones por la conciencia de finitud. En otras palabras, aun se piensa inmortal.

Podría servirle de aliciente que la fuerza opositora a su partido se encargó de diagnosticar como “viejito con Alzheimer” a uno de los propios. Otra grave torpeza que no justifica. Sin ir más lejos, y viendo la otra cara de la moneda, cuando al joven y actual Ministro de Economía se lo nombró en funciones no se le echó en cara su juventud, si – de manera más reciente – que no supiera cuantos pobres hay en el país.

Esta situación deja, al menos, un par de cuestiones claras. La primera es que El “viejo” comienza a aparecer en la sociedad. El envejecimiento de la población es una de las pocas certezas en cuanto a tendencias y proyecciones que sucederán, y lo hará de una manera como nunca antes se había visto. Por lo tanto hablar de sociedades envejecidas no es correcto. Quienes envejecen son las personas, no las sociedades. Sociedades envejecidas son aquellas que no se adaptan al cambio. En Argentina los mayores de 60 años son casi el 15% de la población, un porcentaje no menor a la hora del voto y aún más significativo de – solo por su edad – pensarlos viejitos, incapaces o dementes.

La segunda es que para el aumento de expectativa de vida de la población no están preparadas ni las personas ni las sociedades, y menos los gobiernos. Ejemplos como los del Juez Fayt abundan en nuestros días, solo es cuestión de levantar la mirada. Después de todo Betty Galer ya me lo había adelantado: Para los educados hay personas mayores, para los otros hay viejos solamente.

Publicado originalmente el 7 de Mayo de 2015 en Bastion Digital de Argentina – http://ar.bastiondigital.com/notas/personas-mayores-gobiernos-envejecidos